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Resuene la tierra y cuantos la habitan

5 julio, 2021

Retumbe… la tierra y cuantos la habitan;

aplaudan los ríos, ovacionen los montes al Señor,

que llega para regir la tierra” (Cántico noventa y ocho)

Entre amigas, hay discusiones recurrentes, que visitamos una y otra vez. Nada grave y tampoco nada sobre lo que sea indispensable lograr un acuerdo: que en qué momento y de qué forma van a hacer los pequeños la primera comunión, que si vale la pena tal electrodoméstico y otros temas similares. Tengo una amiga con la que, por estas datas, suelo discutir sobre las celebraciones navideñas. Ella afirma que la Navidad ha sido asolada por el consumismo y que hemos hecho de ella un festival de invierno donde el ruido de las fiestas, las luces y los regalos nos hace mirar a todas y cada una partes salvo a la pobreza del pesebre de Cristo. No le falta razón: para el planeta actual, la Navidad es muchas cosas ya antes que el Nacimiento del Pequeño Jesús.

Por ello, es una reacción piadosa y entendible procurar vivir la Navidad con total sencillez, con la parquedad de aquel corral donde Dios nació, a fin de que nada distraiga nuestro corazón ni nuestra mirada. Una vez leí que una familia aun solicitó a los Reyes Magos que no visitaran su casa por esta razón. 

La Historia está cuajada de ejemplos de esta tensión entre el desmadre material y la pureza espiritual y me da la sensación de que los dos extremos son desordenados: el humano es la unión entre un cuerpo y un ánima, los dos son precisos a fin de que seamos quienes somos y ninguno es más esencial que el otro. De esta manera se ha entendido en Occidente desde Sócrates y en el planeta judeo-cristiano desde el Génesis. Mas, asimismo desde el comienzo, ha habido materialistas que han dicho que somos solo un cuerpo y nósticos que han dicho que somos solo un ánima que carga apesadumbrada con un cuerpo. 

Volviendo a la Navidad: creo que, cuando la sociedad ha perdido la noción de lo trascendente -cuando es materialista- puede tender al despilfarro consumista. Y, por contra, cuando alguien se descubre estremecido por el escándalo de la Encarnación, puede tender al rechazo de todo cuanto es de este planeta. Esto ha sido muy frecuente, por servirnos de un ejemplo, en el planeta protestante, sobre todo en el calvinismo. Pensemos en los puritanos, en los cuáqueros o bien en los amish.  

No voy a plantear un punto medio, sino más bien la integración de los dos extremos: si somos cuerpo y ánima, debemos festejar la Navidad con nuestro cuerpo y nuestra ánima. Y eso desea decir orar y loar a Dios en nuestro corazón y asimismo festejarlo materialmente, físicamente. Los hebreos debían tener esto clarísimo, pues todo el Libro de los cánticos está lleno de esta idea: “Tengo siempre y en toda circunstancia presente al Señor, […] de ahí que se me alegra el corazón, se disfrutan mis supones y mi carne descansa esperanzada”. O sea, en Navidad, el gozo de la contemplación del misterio del Nacimiento de Jesús se transmite a nuestras supones, a nuestra carne. Porque nos maravilla que Dios ha natural de un pobre portal, cantamos, bailamos y comemos para darle gloria. 

La persona es una unidad de cuerpo y ánima y de ahí que la loa se da en esas 2 dimensiones: Estamos llamados a “aclamar la gloria y el poder del Señor”, pero asimismo aguardamos un banquete, la cabeza ungida con perfume y una copa que rebosa. A los justos, Dios les va a llenar el vientre y les va a vestir de fiesta. Por este motivo, la celebración espiritual y material de la Navidad es lo propiamente humano, pues no podemos disociar nuestro cuerpo y nuestra ánima. Asimismo de ahí que, cuando deseamos a alguien, le abrazamos, le besamos, le obsequiamos con comida y le acogemos en nuestra casa. El amor y el agradecimiento se expresan -si bien no únicamente- en actos externos. 

También afirma el profeta Daniel que todo en la tierra tiene que bendecir al Señor, aun los vientos, los rayos, los montes, las fieras y los ganados. Y, como es lógico, los hijos de los hombres. Si hasta las piedras están llamadas a bendecir al Señor, ¿no lo tendrán que estar asimismo nuestros hogares? Aunque este año haya sido tan duro y tan triste, si bien hayamos perdido a alguien querido, si bien muchos no nos vayamos a poder reunir con nuestras familias… no dejemos de festejar. Que, en esta Navidad, toda nuestra vida -nuestro tiempo y nuestro espacio- dé gloria al Señor: preparemos nuestro corazón y nuestra casa para darle gloria, pongamos un árbol, un belén, una mesa de celebración, esmerémonos en la cocina, cantemos villancicos… todo, para darle gloria.

 

Fotografía de Virginia Silvestre

 

Teresa Pueyo

Teresa Pueyo

Esposa y madre de 6. Maestra de universidad y prácticamente doctora en Humanidades. Entre clase y clase, voy contando mis quijotadas en Instagram @postmoderniting