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La Navidad no precisa que la salven

6 julio, 2021

Creo que no queda un solo político, economista o bien empresario que a esta altura no se haya apuntado a lo de salvar la Navidad, que suena a taquillazo de animación y que se ha transformado, según parece, en nuestra inquietud prioritaria, en un mantra que se repite una y otra vez para referirse al pan y la sal.  Al sufrimiento de tantos que ven de qué manera se hunde su negocio y precisan que eso no ocurra, a quienes solicitan aplicar ahora limitaciones y cierres para frenar los contagios para no tener que vivir en el primer mes del año una debacle y morirse de apetito y de pena. Al parecer están en juego millones de euros y la factura navideña va a salir carísima si los rebrotes fuerzan a cerrar hoteles, comercios o bien restoranes. Aseguran los especialistas que “el año pasado los 18.692.000 de hogares españoles gastaron ese dinero en tiendas, bares, hoteles o bien viajes a lo largo de estos días claves para el consumo”.

El consumo es la clave. El consumo febril que pone en plena canícula de agosto los jerséis de cuello vuelto en los escaparates, que al día después de la vuelta al cole ya cambia los uniformes por calabazas, que guarda telarañas y esqueletos en exactamente la misma caja de la que saca el turrón y los polvorones. Exactamente el mismo consumo insaciable que ideó el monstruo del Black Friday y que de año en año precisa cebarlo más pronto ya antes de matarlo; el voraz consumo que nos estropea a lo largo de prácticamente 3 meses con bolas y espumillón y que cada vez dedica menos espacio a los Nacimientos y más a un destemplado horizonte de paisajes neviscados, oseznos polares y patinadores sobre hielo. El consumo exacerbado que nos arrastra al fantástico planeta de las cosas que no precisamos, que nos narcotiza en masa y nos deja, cuando caemos en la trampa, exactamente el mismo vacío que teníamos ya antes de consumir.

(Inciso: ¿recuerdan aquellas Navidades fáciles, que olían a abeto y a mandarina, que no se encendían hasta tras la Inmaculada y duraban lo justo, que se felicitaban con unos christmas fantásticos escritos a mano que llenaban de luz los buzones y donde se podía poner el belén en el cole y cantar villancicos sin que se le echase a uno encima el observatorio del pluralismo religioso? Qué añoranza más tremenda).

Supongo que soy una de las narcotizadas. O bien lo era, cuando menos, hasta el momento en que llegó la pandemia. Una pandemia que ha sido como una bofetada con toda la mano abierta y que nos ha dejado tremiendo mas algo más lúcidos. Nos acostamos hechos unos niñatos y nos levantamos un poco más hombres. Aprendimos -papel del váter aparte- que se puede vivir con menos, que lo esencial es la salud propia y la de los nuestros, que nos precisamos alén de las pantallas, que nos echamos más de menos de lo que pensamos, que la vida son un par de días y que los inconvenientes de veras eran otros.

Por eso digo, sin ánimo de convocar al espíritu del señor Scrooge, que no pasará nada si la pandemia nos obsequia este año una atípica y recluída Navidad. Una Navidad de aforo reducido, mascarilla y toque de queda, una Navidad de miles y miles de sillas vacías que nos recuerden a los que ya no están, a los que están lejos, o bien en la soledad de una UCI o bien apartados en la habitación del fondo; una Navidad desnaturalizada que nos fuerce a sostenernos distanciados de los que más deseamos, una Navidad con cese de negocio, una Navidad en ruina, una Navidad sin cestas ni cenas de empresa donde salir no sea lo indispensable, sino más bien reconocernos en los nuestros. Una Navidad para regresar a lo esencial, donde el viaje sea cara nuestras miserias y el regalo algo más fácil mas auténtico, donde la alegría no sea forzada, donde la bulla festera de los que no saben realmente bien qué festejan dé paso al silencio del ánima, la paz del hogar y la Verdad que nos habita; una Navidad que nos quite la tablet, nos mire a los ojos y nos enseñe lo mal que íbamos y lo subiditos que estábamos, que nos señale la estrella y nos recuerde dónde quedaba el Norte. Por el hecho de que una Navidad de este modo va a ser la que actuará el milagro.

No hay que salvar la Navidad. Al contrario: será esta Navidad de dos mil veinte, tan diferente, tan bastante difícil, tan dolorosa, tan singular, tan llena de significado, tan de forma profunda humana, la que nos salvará -Dios incipiente a través de- de nosotros mismos. Qué muy grande lección de vida.

Mar Velasco

Mar Velasco

«Mas no nos atañe a nosotros dominar todas y cada una de las mareas del planeta, sino más bien hacer lo que está en nuestras manos por el bien de los días que nos ha tocado vivir…»
(J. R. R. Tolkien, «El Retorno del Rey»)