En tiempos de no-covid un conjunto de amigas tomaba un café tranquilamente. Una de ellas comentaba: “Recuerdo mis primeros años de casada, fueron excelentes, mas el sexo ¡un desastre!”. Otra se quedó pensando algo rayada, “claro, si solo gozan ellos…”.
Permitidme el atrevimiento de profundidzar en esta realidad femenina, si bien para muchas puede resultar algo arriesgado por mi parte. Lejos de apreciar avergonzar a absolutamente nadie, lo que deseo es asistir a aquella que se sienta, si bien sea ligerísimamente, identificada con lo que contaré. Puede resultar vergonzoso no gozar del sexo, o bien no hacerlo tanto como te agradaría, más en la actualidad que semeja que todo el planeta vive en un clímax perenne (falso, a propósito). Mas, sobre todo, lo que más palo puede dar es tener que contarlo.
Tantas veces no comprendemos el sexo pues no sabemos gozarlo, y a la inversa. No es extraño hallar comentarios como el del café entre amigas. Al final, si averiguas un tanto estoy segura de que muchas te afirmarán que hasta el 1, dos, tres, cuatro, …, año de matrimonio no gozaron en grande. Ciertas, es probable, todavía prosiguen sin hacerlo. No es extraño pues se nos olvida que no somos hombres, y a ellos que somos mujeres.
No sé a vosotras, lectoras, qué os contaron en vuestros tiempos jóvenes sobre el sexo. A mí, la verdad, bastante poco y mal. Recuerdo tenuemente la historia de la semilla, de la puerta que se abre y se cierra, de los ciclos lunares, y de un exagerado y culpable cuidado con lo que haces o bien lo que vas a hacer. Fuera quien fuera quien me previno, tampoco se ve que tuviese una extensa educación sexual. No recuerdo que absolutamente nadie me contase lo fantástica que puede resultar la unión conyugal extraña a culpas, tampoco que no siempre y en todo momento es como uno espera, que lleva su tiempo y que es parte del conocerse. Y si me lo quisieron contar…por alguna razón no me llegó. Me quedé con una suerte de imagen extraña y peliculera donde con solo mirarnos brincarían las chispas musicalmente. ¡Qué decepción! Ni chispas ni música.
Somos fruto de una cadena de generaciones a la que le falta una dosis de realidad sexual de la buena. No de esa pegajosa que solo te habla de sexo y anticoncepción. Precisamos cosas que quedan lejísimos de las cortas prácticas que lamentablemente se promueven en una suerte de compensación por el propio vacío (léase El must-have de la temporada, el pingüino que revolucionó las relaciones de pareja).
Todo esto, no sé porqué, me recuerda a aquello de “Maridos amad a vuestras mujeres…, y que la mujer reverencie al marido” (Efesios, cinco, veintiuno-treinta y tres). Imaginativamente creo que si apareciese ahora San Pablo nos afirmaría algo como gozad juntos el uno del otro (en todos y cada uno de los buenos sentidos), y dejaos de una vez de prejuicios, tabúes y temores.
Hablar con las amigas siempre y en todo momento está bien, en especial aquellas con las que tenemos gran confianza, mas lo que de veras precisamos es charlar y brindar con nuestros hombres, cada una con el suyo. Entre copas de vino, aquella amiga rayada del café decidió charlar, por vez primera de verdad, de sexo con su marido, tras múltiples años de matrimonio y varios hijos (o bien el tiempo que lleves y los hijos que tengas o bien no tengas). Desde ese instante el hielo se fue deshaciendo y los dos descubrieron que era algo bueno charlar de sus gustos, apetencias, deseos sexuales ¡tan diferentes!, de exactamente la misma manera que charlaban de lo que iban a comer o bien a dónde se iban a ir de vacaciones. Les llevó su tiempo. Pasaron vergüenzas, mas su amor terminó con ellas. Agradecidos de continuar brindando a lo largo del camino, esa mujer ahora cuenta a sus amigas aquellos tiempos en los que no sabía gozar del sexo.
Quizá no sea tu situación y pienses, del revés, que tu vida sexual es fantástica. Excelente, mas estoy persuadida de que siempre y en todo momento puede serlo más. Seamos las mejores amantes de nuestros maridos, incluso en los tiempos en los que se hace duro por los embarazos, los hijos y la vida misma. Aprendamos a comprender y a vivir con ese deseo sexual desquiciado que en ocasiones nos traiciona, que en el momento en que nos agradaría ser las más sexualmente activas, el cuerpo aparece helado. En ocasiones es suficiente con un leve calor para deshacerlo, una caricia o bien palabras de amor, otras regresar a rememorar internamente aquellos instantes, y otras aguardar afectivamente unidos a que pase el temporal. Por el hecho de que, no nos confundamos, el mejor sexo no comienza con los genitales, sino más bien con el corazón. Como afirmaba Sabina, que todas y cada una de las noches sean noches de boda, que todas y cada una de las lunas sean lunas de miel.