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Mamá, papá, tírate a la piscina

1 noviembre, 2021

Sí, molonas, un día eres joven y al día después vas a la piscina con silla. Mas todo por el bien de mi integridad física. Y es que a esta altura de la vida, cuando no te duele la espalda alta, te duelen las lumbares o bien te crujen las rodillas. Ley de vida.

 

Pereza máxima

 

Aún recuerdo con una sonrisa las veces que mi abuela se bañaba en la piscina. De qué forma prolongaba el cuello al límite y lucía un gorro con flores en relieve. No comprendía la razón de su pavor a que una sola gota de agua tocara su cabellera.

 

Ahora lo comprendo todo. Conforme sumas años, cosas rutinarias como lavarte el pelo, te dan vagancia máxima. Además de esto, aprovechas aquel titular que leíste sobre que lavarse el pelo habitualmente no es bueno o bien que el cloro hace que se vuelva seco y rompible. Tienes la disculpa perfecta.

 

La realidad: pocos veranos de infancia

 

Cuando éramos pequeños vivíamos los veranos tal y como si fuesen a ser eternos. No separarte de tu pandilla o bien cuadrilla; jugar a mil juegos en el agua, en seco echarse unas cartas -“chúpate dos”-; hacer collares de bolas o bien de hilos; ir al quiosco a adquirir chuches, degustar un frigopie o bien twister choc o bien echarse un Street Fighter en la máquina de la heladería, a razón de veinticinco pesetas la partida. Uy, señor.

Helados

Ahora los progenitores, somos nosotros

 

Mari, escúchame, tengo 3 hijos y todavía me prosigo sorprendiendo al meditar que ahora la madre soy . Me miro al espéculo y pienso “con lo joven que me siento” (y soy).

 

Me he transformado en esa SEÑORA que va a la piscina con silla, que corre a resguardar a sus polluelos con crema solar mientras que oponen resistencia, que se preocupa de mudarles el bañador por uno seco, no sea que les de una infección de orina.  Sí, soy esa a la que, en el momento en que una pelota cae junto a mí un conjunto de pequeños chillan “SEÑORA, ¿nos pasa la pelota?”. Ganas de estamparles la pelota no me faltan, mas entonces recuerdo que estoy en la piscina sentada en una silla y que el agua no lo toco ni por una piña colada.

 

Mamá, papá, tírate a la piscina

 

Y, a lo largo de este desvarío en el que vuelvo a recordar mis veranos de niñez, me doy cuenta de lo formidablemente feliz que me hacía que uno de mis adultos de referencia se bañaba conmigo. Ese instante único de conexión, diversión, lanzamiento de mi ser con caída en plancha.

 

Y de ahí que, solo de ahí que, este verano he decidido que “a la mierda las mechas perfectas”, “a la mierda la hidratación capilar”, “a la mierda la pereza”, me he propuesto bañarme más y sentarme menos en la silla. Pues a la silla no, no voy a abandonar, sobre todo ahora que al tirarme de cabeza me mareo tal y como si estuviese en una atracción de feria.

 

Volver a ser niños

 

El mareo, el frío inicial… todo mereció la pena. Pues por un instante volví a sentirme pequeña, a reír, a gozar, a desconectar del planeta, olvidándome de todo lo demás, aun de la vergüenza. A esto ahora lo llaman Mindfulness y lo tenemos más a nuestro alcance de lo que pensamos. Tírate a la piscina por ellos y tírate a la piscina por ti.

Os dejo un truco para olvidar la vagancia, meditar en de qué forma me voy a sentir después. Lo hago por mi del futuro. Y, el otro truco estrella: creo que de acá a no muchos años, mis hijos recordarán a su madre en el agua jugando con ellos, sentados en su silla en la piscina 😉

 

Dime en comentarios, ¿vas a tirarte asimismo?

 

Feliz verano, molonas.