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Por qué dejé de escribir en el blog. Confesiones de una periodista a la fuga

22 octubre, 2022

Por Isis Barajas

Creo que debo explicaciones. O, al menos, yo así lo siento. Llevo ya casi dos abriles sin escribir en este blog (este fue el extremo artículo). ¡Dos abriles! Se dice pronto… Y ayer se me echó encima como una placa todo este tiempo al entrar en Mailchimp, nuestra plataforma para ejecutar las suscripciones a la newsletter, y ver que todavía hay personas que se siguen suscribiendo a pesar de que llevamos abriles sin casi nada actividad. De hecho, ya son (sois) cerca de mil personas apuntadas a la letanía de distribución y probablemente muchos no hayáis recibido nunca un email nuestro porque sólo se envían cuando hay un nuevo artículo publicado. 

Me dio mucha pena pensar que estamos dejando expirar este blog y me sentí, de algún modo, en deuda. Así que quería, al menos, explicar por qué llevo yo tanto tiempo sin escribir. No puedo charlar por las demás blogueras de esta web, porque cada una tiene sus circunstancias particulares, pero sí quería compartir con vosotros poco muy personal que me lleva rondando la habitante y el corazón mucho tiempo, y de lo que no he sido nunca capaz de escribir hasta ahora.

No es ausencia del otro mundo. En ingenuidad, es una tontería. Pero a mí, siendo periodista y dedicándome a esto, me humilla mucho reconocerlo públicamente y es una circunstancia que me hace sufrir. Es tan sencillo como que llevo un tiempo con una gran dificultad para escribir. No para escribir un reportaje o un artículo periodístico; sino para escribir una opinión, una consejo o poco que me implique a mí personalmente. Y no hay ausencia más personal que un blog o una columna de opinión como la que escribo trimestralmente en la revista Ocupación. 

En demasiadas ocasiones, ponerme frente al ordenador se convierte para mí en una tortura. Por supuesto, siempre tengo poco mejor que hacer que sentarme delante de la pantalla. Pero cuando logro hacerlo, me enfrento a la página en blanco con frustración, sin conocer qué contar o cómo contarlo. Parece que la inspiración se hubiera ido a averiguar otros puertos. Por otra parte, me atenaza la inseguridad, puesto que yo no soy una intelectual (aunque, no lo voy a desmentir, tengo mis estudios), siquiera soy una periodista en activo (hace tiempo que dejé las redacciones y casi nada hago alguna que otra colaboración en medios) ni soy, para mi pesar, una virtuosa de las humanidades.

Por otra parte, tengo una forma de escribir sobrado torpe y muy poco inteligente. Si no me gusta el eclosión, no soy capaz de continuar. Cada vez que añado una frase, leo todo desde el principio a ver si suena perfectamente en mi habitante. Borro, y vuelvo a iniciar. No me gusta. Lo dejo. Otro día empiezo de cero. Y así continuamente hasta que llega la momento de entrega y tengo que soltar el artículo desapegándome de él y sabiendo que, aunque no cumple con mis expectativas, tengo que aceptar la demarcación de no conocer hacerlo mejor. No puedo describir lo frustrante que puede datar a ser este proceso. Es cierto que a veces sí tengo una idea clara sobre lo que escribir, entro en “flow”, empiezo a disfrutar del proceso de escritura y todo fluye con veterano facilidad; pero no es así siempre, ni siquiera la mayoría de las veces.

Probablemente esta dificultad se agrava porque cada vez escribo menos. Cuando comencé con el blog escribía con veterano asiduidad y eso facilitaba no tener que rebelar el edificio de cero cada vez que me ponía con un nuevo artículo. Me mantenía en una tensión buena y las ideas bullían en mí. Pero la desidia de traje no explica del todo el problema. Sé que si empecé a escribir menos y a huir del ordenador hace ya unos abriles fue porque entré en un desierto creativo. Y sé además que el Señor permitió (o proveyó) ese desierto para mí.

Al mismo tiempo que siento una gran dificultad para escribir, además siento una indicación muy válido a hacerlo. Podría simplemente renunciar a torpedearme la vida escribiendo, abjurar este suplicio y dedicarme a otra cosa, pero creo sinceramente que estaría dejando de reponer a una inclinación. Digo que es una inclinación porque veo en realidad que Todopoderoso me fuego a escribir, a anunciarle a Él a través de mis pobres humanidades. Así que esto ha provocado que me enfade mucho con el Señor: me fuego a escribir y al mismo tiempo siento que me boicotea el camino sumiéndome en un desierto del que no acabo de salir. 

Pero en el fondo sé que si Todopoderoso permite este desierto para mí es para que yo no me atribuya ningún mérito. Conocer mi demarcación y mi incapacidad constante me ayuda a tener claro y presente que si algún artículo mío gusta o ayuda a determinado no es por mérito propio. Si yo fuera una máquina capaz de sacarme artículos maravillosos de la manga como churros quizá tendría el peligro de creerme “determinado”. Pero yo conozco mejor que nadie mi cariño. Non nobis, Domine, non nobis, sed Nomini Tuo da gloriam.

Esto me ha hecho darle muchas vueltas al tema del don o del talento. Hasta ahora relacionaba el don con tener facilidad para hacer perfectamente alguna cosa. Según esta idea, yo no tendría talento nadie para escribir porque me cuesta un riñón hacerlo. Sin secuestro, este verano al escuchar en ofrenda la parábola de los talentos (Mt 25, 14-30) se abrió delante mí una visión diferente. Es dura esta Palabra; sobre todo, porque yo me vi claramente identificada con el sirviente que sólo recibió un talento, tuvo miedo, cavó en la tierra y allí lo metió. “Siervo malo y perezoso”, le dirá el dueño de la hacienda. El talento ya no me parece poco que tenga que dárseme perfectamente o que me resulte comprensible de hacer; más perfectamente me parece un encargo, una ocupación, un don que se recibe no para enterrarlo sino para ponerlo en pasatiempo. ¡Ay!, y qué atosigante y difícil es poner a trabajar ese talento. No es comprensible, no sale solo, supone un gran sacrificio y puede convertirse incluso en una cruz. Así que está la vía comprensible de enterrarlo y olvidarse (“siervo malo y perezoso”) o perder la cara, exponerse al sonrojo y ponerlo a funcionar.

Dije al principio que escribía esto para explicar por qué no escribo en el blog, pero creo que en el fondo lo hago para darme a mí misma un buen zarandeo. A veces es necesario poner las cosas a la luz para que sean iluminadas. Probablemente todo este rollo, encima de una exposición pública sobrado vergonzosa de mis carencias, no sea más que un suicidio profesional. Pero es que a mí nunca se me dio perfectamente “venderme” en las entrevistas de trabajo.

Espero no tardar otros dos abriles en aparecer por aquí y que el Señor me dé la fuerza para no renunciar a sus dones. Mientras tanto, gracias por estar y por pasarte por esta casa.

Isis Barajas

Isis Barajas

Felizmente casada y hermana de 7 hijos supervivientes. Periodista, cuando puedo.