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el problema es la impaciencia y exigencia con que los adultos educamos

7 julio, 2023

Hace tiempo leí una frase en Internet que impactó tan profundamente en mi corazón, que desde entonces se ha convertido en una de mis frases de crianza favoritas: «No hay niños difíciles. Lo difícil es ser peque en un mundo de concurrencia cansada, ocupada, sin paciencia y con prisa».

Desconozco el autor o autora de esta advertencia, pero creo que sus palabras describen a la perfección el férreo medio ambiente en el que se están criando los niños en nuestra sociedad.

Un medio ambiente inflexible, devorado por la inmediatez y las prisas, cargado de preocupaciones adultas que nos llevan a dejar a los niños en segundo plano en demasiadas ocasiones, de exigencias, de multitareas que nos impiden conectar… pero sobre todo, de etiquetas.

Hoy reflexiono sobre este tema y por qué creo firmemente que no hay «niños difíciles», sino que el problema radica en la inspección del adulto.

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Los adultos etiquetamos al peque en nuestro beneficio

etiquetar

Foto vía Monstera (Pexels)

Con demasiada frecuencia etiquetamos a los niños sin ser conscientes del daño emocional que esto puede suponer.

Así, acabamos catalogando de «difícil» al peque que no hace lo que nosotros queremos que haga: obedecer a la primera, escuchar sin protestar, responsabilizarse sus obligaciones, no pelearse… Por el contrario, decimos que «el peque es hacedero» cuando su crianza y educación resulta sencilla y cómoda porque no nos da problemas.

Si lo analizamos, este enfoque es completamente ‘adulcentrista’, es asegurar, las deposición, opiniones y comportamientos de los niños no tienen cabida, sino que en todo momento deben someterse al dictado de los adultos.

Esto nos lleva a etiquetar, porque en cierto modo, imponer una inscripción al peque nos tranquiliza, reconforta y nos ayuda a comprender (desde nuestra perspectiva adulta) lo que está sucediendo. Por otra parte, al cuchichear con otros adultos sobre lo «difícil» que es nuestro hijo, en un abrir y cerrar de ojos nos sentiremos comprendidos y respaldados porque, muy probablemente, el resto de padres asimismo sienta que sus hijos son «difíciles».

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De este modo, amparándonos en la inscripción de «difícil», nos consolamos a nosotros mismos cuando la frustración nos invade porque nuestro hijo no nos audición, no para tranquilo un momento o se pelea con sus hermanos.

Asimimo, esta inscripción nos permite quitarnos responsabilidad cuando las cosas no salen como queremos y culpar al pequeño de la situación, pues inconscientemente sentimos que es el peque quien tiene que facilitarnos las cosas a nosotros, y no al revés.

La importancia de cambiar nuestra inspección

crianza

Ahora proporcionadamente, ¿qué pasaría si por una vez nos pusiéramos las «antiparras de peque» y miráramos a nuestros hijos con otra inspección? ¿Cómo sería el mundo para ellos si los adultos dejáramos a un banda nuestras exigencias y nuestras prisas y les respetáramos más?

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Pues, sencillamente, nos daríamos cuenta de que no hay niños «difíciles», sino niños con deposición que no están siendo satisfechas.

Y es que seguir el frenético ritmo de vida que llevamos los adultos no es hacedero para los niños. Prácticamente desde que son bebés les empujamos a crecer a marchas forzadas, porque aún existe la falsa creencia de que cuanto antiguamente se «independice» el peque de sus padres, mejor será su crecimiento.

Esta idea hace que en demasiadas ocasiones los adultos nos olvidemos del ritmo madurativo de los niños, de su concepto del tiempo, del crecimiento progresivo de sus habilidades, y sobre todo de sus deposición emocionales.

Así, detrás de ese peque que nosotros catalogamos de «difícil», lo que hay positivamente es un peque con deposición que no están siendo debidamente atendidas como consecuencia de nuestra impaciencia, nuestro agotamiento físico y mental y la «desconexión» con quienes nos rodean.

Como respuesta al trato del adulto, el peque – que aún no tiene completamente adquiridas las habilidades sociales y siquiera sabe cómo ejecutar sus emociones-, se revela. Y lo hace gritando, pataleando, estallando emocionalmente, mordiendo o pegando, desacreditando al adulto…

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¿Qué podemos hacer los adultos?

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No es un examen hacedero, pero es sumamente importante que los adultos  cambiemos la forma que tenemos de dirigirnos a los niños, de criarles y educarles.

Para ello es fundamental comenzar mirando en nuestro interior y hacer un profundo examen de advertencia que nos ayude a comprender lo que está pasando positivamente.

No se tráfico en ningún caso de culparnos (los padres hacemos las cosas siempre lo mejor que podemos y sabemos), sino de ser conscientes que el cambio está en nosotros.

Esto es lo que podemos hacer para mejorar y equilibrar nuestra relación con los niños:

Comercio a tus hijos como te gustaría que te trataran a ti: con paciencia, respeto, sexo y empatía. Debemos tener siempre presente que nuestros hijos son personas independientes a nosotros, con sus propios gustos e ideas, y en pleno proceso de educación.

– Debemos poner límites con respeto, empatía y sexo. Estos límites deben ser claros, justos y permitir que el peque asimismo participe de ellos.

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Conecta emocionalmente con el peque; es fundamental para su crecimiento, su tranquilidad y resulta esencia para mejorar el comportamiento.

– Comunícate siempre de forma positiva, fomentando la audición activa, el diálogo rajado y la confianza.

Ayuda a tu hijo a entender y ejecutar sus emociones y valida respetuosamente lo que está sintiendo en cada momento.

– Atiende siempre a tu hijo, tanto física como emocionalmente. Cuando un peque siente que sus padres están a su banda, le respetan, le aman de modo incondicional y le acompañan, crece seguro, confiado, atinado, y no necesita golpear su atención continuamente

Enseña al peque a responsabilizarse de sus actos, a reparar el daño que haya podido hacer, responsabilizarse sus errores y ver en ellos la oportunidad de seguir aprendiendo.

– Fomenta la autonomía de tu hijo respetando siempre sus ritmos, y acompañándolo en su crecimiento, alentándole y contribuyendo a su autoestima musculoso y positiva.

– Y por postrer, no debemos perder nunca la perspectiva de que los niños, por su naturaleza emocional, explosiva e inquieta, tienen comportamientos y actitudes diferentes a las del adulto.

En este sentido, si dejáramos a los niños excarcelación para moverse, pasar, apostar sin roles ni directrices y cultivarse explorando sus propias capacidades y habilidades, no solo estaríamos contribuyendo a su crecimiento integral, sino sobre todo a su tranquilidad.

En cualquier caso, si en algún momento la crianza nos desborda y sentimos que no podemos más, o no sabemos cómo ayudar, conectar o comunicarnos con nuestro hijo, es importante agenciárselas ayuda profesional para afrontar la situación en beneficio de todos.