Los niños no nacen con un pitón de off para poder apagarlos cuando a los adultos «nos molestan». Siquiera nacen con las normas sociales aprendidas, y hasta que nosotros no se lo enseñamos, no entienden la importancia de autorregular su comportamiento y encargar sus emociones.
La crianza es un camino difícil y fatigoso, y a menudo está plagado de interferencias que nos impiden conectar con las micción reales de los niños. En presencia de la presencia de estas interferencias y la equivocación de medios para encargar los momentos de una forma respetuosa y positiva, los adultos a veces caemos en el error de utilizar técnicas como el castigo o el chantaje, aún sabiendo que no son la mejor forma de educar.
Cómo padres podemos hacerlo mejor, pero para ello es importante ser conscientes de lo mucho que perjudican estos métodos al crecimiento de nuestros hijos y estar dispuestos a agenciárselas otras alternativas respetuosas.
Por qué los adultos caemos en estas técnicas
Son muchos los motivos por los que los adultos podemos caer en estas técnicas a la hora de educar a los niños, aún sabiendo que no son buenos métodos educativos.
Por un banda, encontramos aspectos como el estrés, la equivocación de paciencia y aglomeración del día que nos arrastra a educar con el «piloto encendido» y sin ser conscientes positivamente de las micción de los niños. Además puede influir la «herencia genética» – es afirmar, el cómo fuimos criados nosotros-, así como la presión social que nos puede admitir a hacer o afirmar cosas que no sentimos por el temor a que otros nos juzguen.
Por postrero, cerca de destacar otro aspecto importante, y es que en normal, los chantajes y los castigos son técnicas que funcionan a la hora de modificar la conducta del párvulo de forma inmediata.
Cuando comprobamos que el párvulo deja de saltar en la cama si le amenazamos con no ir al parque, o que tras castigarle sin videojuegos la relación con su hermano parece mejorar, es ligera creer que estas técnicas son efectivas y que gracias a ellas estamos educando.
Pero la verdad es totalmente diferente, y el cambio de conducta de los niños no es más que un espejismo de corta duración que, adicionalmente, tiene consecuencias muy negativas en su autoestima y crecimiento de su personalidad.
Cómo afectan los castigos y chantajes al crecimiento del párvulo
Cuando castigamos a un párvulo le estamos privando de poco («como te has portado mal, hoy no iremos al parque»), apartándole de una actividad que le gusta («como castigo, no podrás seguir jugando con tus amigos»), ridiculizándolo frente a otros, o retirándole algún privilegio con el que ya contaba («como no te has comido todo, te quedarás sin retar a la videoconsola esta tarde»).
Por su parte, el chantaje emocional implica coaccionar o manipular al párvulo para que haga o deje de hacer poco según nuestros intereses. Se manejo de una forma de violencia psicológica muy arraigada en la crianza, de la que a veces incluso no somos conscientes, pues se camufla detrás de frases aparentemente inocentes y sin maldad.
Algunas de las consecuencia más directas para los niños derivadas de los castigos y los chantajes son el daño a su autoestima, humillación, sentimiento de error, sensación de inseguridad, resentimiento, vergüenza…
Además se deteriora el vínculo entre el adulto y el párvulo. En el caso del párvulo se produce una pérdida de confianza en el adulto de relato, mientras que por el banda del adulto aparece una equivocación de conexión que le desvincula por completo de las micción del beocio.
Como decíamos más en lo alto, por regla normal los castigos y los chantajes funcionan a corto plazo, y por miedo a las consecuencias el párvulo acaba modificando su conducta. Ahora perfectamente, ¿es así como queremos que actúen nuestros hijos? ¿Queremos que el día de mañana sean adultos sumisos, sin criterio propio ni capacidad de osadía por miedo a los demás?
Pero todavía los castigos pueden provocar el impacto contrario, especialmente si son usados con frecuencia. Así, el párvulo podría zanjar revelándose contra el adulto que impone sus límites de esta forma, de forma que llegue un momento en que el castigo deje de funcionar (pero haya dejado tras de sí importantes secuelas emocionales).
Como padres podemos hacerlo mejor
Ya lo decíamos al inicio: educar a los hijos es un camino difícil y fatigoso, y por desgracia, en la sociedad coetáneo en la que vivimos este camino lo recorremos completamente solos.
En presencia de la equivocación de una tribu en la que apoyarnos y la equivocación absoluta de medios, los padres acabamos actuando como mejor sabemos, pero la verdad es que estamos más perdidos que nunca.
Por eso no debemos culparnos ni martirizarnos si alguna vez hemos caído en castigos o chantajes a la hora de educar. Lo importante es ser conscientes de los errores, recordar sobre ello y agenciárselas alternativas respetuosas
Y es que cada día supone una nueva oportunidad de hacer las cosas de otro modo. De trabajar los límites desde la empatía, el bienquerencia y el respeto, y de sostener emocionalmente al párvulo que está teniendo un mal comportamiento.
A la hora de educar no nos olvidemos de que nuestros hijos están aprendiendo a desenvolverse en la vida, y para que este formación sea adecuado, es fundamental contar con un adulto calmado, respetuoso y empático que les guíe.