
«Castígale para que aprenda»; «un castigo a tiempo te ahorra disgustos luego»; «como no lo castigues, se te subirá a la chepa»… Con estas y otras frases similares los adultos justificamos la carestia de castigar a los niños cuando consideramos que han hecho poco indebido, pues de lo contrario creemos que no aprenderán o no les estaremos educando correctamente.
Pero está más que demostrado que castigar no sirve para educar, por otra parte de tener consecuencias negativas para el avance de los niños.
Si quieres que tu hijo aprenda lo que está proporcionadamente y lo que está mal y sepa cómo interpretar en consecuencia, te explicamos por qué castigarle no le ayudará a hacerlo.
¿Qué entendemos por ‘castigos’?
Para comenzar, es importante especificar lo que entendemos por ‘castigo’, ya que lo que para algunas personas puede ser evidente, para otras quizá no lo sea tanto.
Cuando hablamos de castigos físicos, en normal la mayoría de la multitud coincide en afirmar que los cachetes, azotes o cualquier tipo de ataque con destino a el irreflexivo es completamente irrespetuoso, dañino y perjudicial, por otra parte de ser una habilidad prohibida por ley en muchos países.
Pero cuando hablamos del castigo desde un punto de traza emocional o psicológico, no todos lo ven tan claro. De hecho, para muchas personas aplicar técnicas de modificación conductual como el «tiempo fuera» o la «arnés de pensar» no es castigar. Siquiera lo es para otros retirar al irreflexivo ciertos privilegios (dejarle sin televisión, sin salir con amigos o sin ir al parque) humillarlo o practicar de algún modo el autoritarismo cuando consideran que «no se ha portado proporcionadamente».
Pero lo cierto es que todas las personas tenemos derecho a ser respetadas física y psicológicamente, y padres, madres y educadores deberíamos criar y educar sin provocar en los niños dolor, humillación ni ninguna otra consecuencia negativa.
¿Por qué recurrimos a los castigos?
Los motivos por los que los adultos recurrimos a los castigos para educar a los niños pueden ser variados, pero en normal podemos asegurar que se deben a:
Herencia genética
La «herencia genética», es asegurar, la forma en la que fuimos educados siendo niños influye en la guisa que tenemos de educar a nuestros hijos (a excepción de que nos planteemos hacerlo de otro modo).
Desconocimiento
Cuando desconocemos cómo reacciona el cerebro en presencia de los castigos y por consiguiente, cómo esta habilidad perjudica al avance de los niños: ¿cómo vamos a retener que debemos evitarlo?
Error de herramientas
Si no tenemos herramientas o bienes que nos ayuden a educar de forma respetuosa, es habitual caer en el castigo. Esta equivocación de herramientas se hace especialmente cédula en presencia de situaciones que nos provocan frustración, indignación o enfado y no sabemos cómo atajarlas de otro modo.
Estrés y equivocación de paciencia
El estrés, la equivocación de paciencia y la confusión del día nos lleva en ocasiones a educar con el «piloto involuntario encendido» y sin ser conscientes verdaderamente de las deposición de los niños.
Presión social
La presión social y las expectativas nos pueden sufrir a hacer o asegurar cosas que no sentimos por el temor a que otros nos juzguen. Por eso es frecuente caer en los castigos, ya que es una habilidad «normalizada» en la sociedad y que incluso algunos te recomiendan para educar.
Si no castigamos, el irreflexivo se saldrá con la suya
Todavía existe la creencia errónea de que si no castigamos al irreflexivo por poco que ha hecho mal, «se estará saliendo con la suya». Pero es importante cambiar nuestro foco y no entender la crianza y la educación como un «pulso» o una «lucha» contra el irreflexivo que debemos triunfar.
Pensar que el castigo es efectivo para educar
Cuando el adulto comprueba que en normal, el castigo funciona a la hora de modificar la conducta del irreflexivo de forma inmediata, es acomodaticio destruir creyendo que sin acudir a esta técnica es inverosímil educar.
Pero la verdad es totalmente diferente, y el cambio de conducta que se produce tras un castigo no es más que un espejismo de corta duración que, por otra parte, tiene consecuencias muy negativas en su autoestima y avance de su personalidad.
¿Cómo afectan los castigos al avance del irreflexivo y por qué no son educativos?
El castigo no es efectivo para educar, pues no enseña al irreflexivo cómo debe interpretar de forma autónoma y responsable a desprendido plazo. Es asegurar, el castigo es una útil que exclusivamente penaliza, pero no educa.
Y es que si lo analizamos, nos daremos cuenta del ineficaz sentido pedagógico que tiene el castigo, pue su aplicación no está relacionada con la conducta del irreflexivo:
- ¿Cómo educa dejar sin televisión a un irreflexivo por discutir con su hermano?
- ¿Qué le estamos enseñando a nuestro hijo cuando le castigamos sin salir de su habitación por poseer suspendido un examen?
- ¿Qué valencia educativo tiene privar al irreflexivo de ir al parque por poseer tenido una rabieta?
- ¿Qué aprende el irreflexivo que es castigado con un azote por poseer pegado a otro?
Pero más allá de su ineficaz valencia educativo, utilizar el castigo afecta negativamente a la autoestima del irreflexivo y al avance de su personalidad, por otra parte de deteriorar el vínculo con el adulto.
Entre otras muchas consecuencias negativas, el castigo provoca en el irreflexivo una sensación de resentimiento o rencor, cobardía, miedo, frustración, rebeldía y equivocación de confianza en el adulto. Adicionalmente, los niños que son educados en un condición en donde el castigo se utiliza con frecuencia, pueden mostrarse inseguros y con la sensación de que sus deposición no están siendo tenidas en cuenta.
Por extremo, y como acabamos de mencionar, el vínculo con el adulto (ya sean los padres, educadores o profesores) se acaba deteriorando, ya que el castigo nos aleja y desconecta del irreflexivo, altera el clima de convivencia y nos sitúa en una posición de superioridad y desigualdad.
Claves para educar sin castigos
Educar a los hijos es un camino difícil y agobiante, y por desgracia, en la sociedad coetáneo en la que vivimos este camino lo recorremos completamente solos. En presencia de la equivocación de una tribu en la que apoyarnos y la equivocación absoluta de bienes, los padres acabamos actuando como mejor sabemos, pero la verdad es que estamos más perdidos que nunca.
Por eso no debemos culparnos ni martirizarnos si alguna vez hemos caído en castigos a la hora de educar. Lo importante es ser conscientes de que podemos hacerlo mejor, buscando alternativas respetuosas a la hora de educar.
En este sentido, lo primero que debemos hacer es mirar más allá de la conducta que está teniendo el irreflexivo; es asegurar, examinar qué carestia no cubierta está tratando de manifestarnos a través de un comportamiento falso. Una vez que entendemos lo que hay debajo, podremos comenzar a trabajar los límites desde la empatía, el aprecio y el respeto.
Porque en contra de lo que mucha multitud cree, criar y educar con amabilidad y empatía no es parecido de ser permisivos o no poner límites. Al contrario: los límites son necesarios para que el irreflexivo crezca acertado, seguro y confiado, pues le enseñan a comportarse en sociedad y relacionarse sanamente con los demás.
Pero ¿cómo establecer límites eficaces desde el respeto y la amabilidad?
Te compartimos estas cuatro claves infalibles:
– 1) Debemos ser claros a la hora de poner esos límites, y siempre que sea posible, permitir que el irreflexivo partícipe de ellos.
– 2) Los límites deben ser justos, proporcionados y coherentes
– 3) Si el irreflexivo incumple el orilla, separadamente de la consecuencia natural que va a conllevar (¡ojo!, no nos referimos a un castigo, sino a lo que ocurre de forma razonamiento cuando un orilla se rompe. Por ejemplo: «si no acabas los deberes a la hora establecida, no tendrás tiempo para pugnar a posteriori porque tendremos que cenar»), es importante que le ayudemos a reflexionar acerca de su conducta, cultivarse de su error y hacerse responsables de sus actos.
– 4) Cuando el irreflexivo comete un error es fundamental que le enseñemos a repararlo y a disculparse con la persona afectada.
En síntesis, cuando el adulto que monitor y educa al irreflexivo actúa de una forma calmada, responsable, respetuosa y amorosa, el irreflexivo no solo estará aprendiendo mediante su ejemplo a relacionarse y tratar a los demás, sino que por otra parte aprende a hacerse responsable de sus actos, a reparar sus errores y a interpretar desde su propio control y autonomía.