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El poder de las historias en Adviento

6 julio, 2021

Los pequeños adoran las historias. Hay un enigmático resorte que se activa en cada uno de ellos de ellos cuando empezamos una narración. Sus pupilas se dilatan y se clavan en nuestros labios mientras que contamos las proezas de un héroe, las aventuras de un personaje de cuento o bien aun una anécdota del trabajo. Cualquiera sabe que ponerse a leer en alto un cuento en el salón es el toque de sirena a fin de que venga una bandada de pequeños agolpándose para localizar el sitio más provechoso al lado del libro. Este poder de las historias es la razón por la cual, desde el año pasado, hemos enriquecido nuestra experiencia del Adviento con una genialidad.

El año pasado descubrimos la tradición del Árbol de Jesé, consistente en ir contando día tras día, a lo largo del Adviento, la genealogía de Jesús desde la creación del planeta hasta llegar a su nacimiento. Cada narración se representa con un ornamento que se pone a diario en un árbol en casa, y que podemos acompañar con una reflexión o bien una oración. En el artículo de Aleteia cuento el origen profético de esta práctica familiar y exactamente en qué consiste de forma detallada, con lo que no me marcho a detener ahora en ello. Lo que el día de hoy quisiese compartir es de qué manera esta tradición de Adviento me ha hecho meditar sobre la potencia que tiene la narratividad en los pequeños, concretamente, en su desarrollo en la fe.

En su obra Tras la virtud (Ed. Crítica), el pensador escocés Alasdair MacIntyre afirma lo siguiente: “Prívese a los pequeños de las narraciones y se les va a dejar sin guion, tartamudos angustiados en sus acciones y en sus palabras. No hay modo de comprender ninguna sociedad, incluyendo la nuestra, que no pase por el cúmulo de narraciones que forman sus recursos trágicos básicos”. De la misma manera que la literatura nos adentra en la entendimiento del planeta en que vivimos, de este modo asimismo la narración de las historias contenidas en las Sagradas Escrituras nos deja entender nuestra fe.

Sin embargo, no se trata de una pura entendimiento teorética de nuestras opiniones, sino más bien de una entendimiento de nosotros mismos. La historia de la salvación contenida en la Escritura no es un cuento ni un relato de ficción. Tampoco es sencillamente una narración de sucesos pasados que ocurrieron a un pueblo elegido.

La Biblia nos habla de de qué manera Dios mismo ha acaecido en la vida de ese pueblo y, a través de él, en todas y cada una de nuestras vidas. Esta historia nos habla de nuestra identidad, de nuestra infidelidad, de nuestra debilidad y de la enigmática elección de Dios sobre cada uno de ellos de nosotros; mas, sobre todo, nos habla de un Dios que actúa de forma fuerte en la historia, que cumple sus promesas y que hace hazañas mediante siervos inútiles.

Matar al dragón

Explica G.K. Chesterton en Grandes minucias que “Los cuentos de hadas no dan al pequeño su primera idea de los espectros. Lo que los cuentos de hadas dan al pequeño es su primera idea clara de una posible victoria sobre el espectro. El bebé ha conocido íntimamente al dragón desde siempre y en toda circunstancia, desde el momento en que supo imaginar. Lo que el cuento de hadas hace es darle un San Jorge capaz de matar al dragón”.

Así asimismo la historia contenida en la Escritura no nos da la idea de que somos pecadores, ya sabemos nosotros de nuestra debilidad; con ese dragón nos venimos encontrando desde la infancia. Lo que el relato bíblico nos enseña es que hay un Dios capaz de matar a ese dragón, de doblegar al contrincante.

Me semeja que en ocasiones, a lo largo del Adviento, ponemos el acento exageradamente en el comportamiento de nuestros hijos. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, nos servimos de viejas tácticas como decirles que, si no se portan bien, los Reyes Magos les van a traer lignito o bien, al modo norteño, poniendo el renombrado elfo travieso de Santa Claus que les observa a lo largo del día para enviar un informe completo sobre su conducta al Polo Norte cada noche.

Incluso los calendarios de Adviento con sus buenos propósitos podemos terminar transformándolos en un examen de conducta: “¿Has compartido el día de hoy con tu hermano? Mira que si te portas de este modo no tendrá Jesús preparada su cunita para nacer…”. Con esta forma de actuar creo que mandamos un mensaje contradictorio: pensar que debemos ser buenos o bien no pecar a fin de que Jesús pueda nacer y entrar en nuestra vida. Pareciese que la salvación nos la debemos ganar a puños y con mucha fuerza de voluntad.

En un misérrimo pesebre

Pero la verdad es que Jesús no nació en el sitio donde habitaban las mejores personas de Belén. No miró si el sitio estaba decorado con esfuerzo, si habían puesto candelas aromatizadas o bien si los habitantes de aquella casa eran dignos de su presencia. Jesús nació en un pesebre pestilente, en un establo seguramente lleno de bazofia, entre comida y excrementos de animales. No semeja el sitio más digno a fin de que naciese el Rey de reyes y, no obstante, allá fue donde lo hizo. María y José se quedaron donde les dejaron entrar.

Por eso creo que el Adviento es un tiempo para estar en candela, aguardando y ansiando Su venida. Es el instante ideal para avivar el deseo de que venga a nosotros un Salvador. Pues lo precisamos. Precisamos que venga a nuestra vida específica el único capaz de liberarnos de las tinieblas y de la sombra de la muerte. Prepararnos para su venida significa reconocer que solos no podemos convertir nuestra vida, sino precisamos de su presencia para hacer de nosotros una nueva creación.

Y esto es lo que nos enseña continuamente la historia de la Salvación contenida en las Sagradas Escrituras. En ella reconocemos a un Dios que escoge a unos ancianos inútiles de engendrar como Abraham y Saray para formar un enorme pueblo, que opta por una extranjera como Rut para hacer posible el estirpe de Cristo, que transforma en rey a un infiel y asesino como David, o bien que escoge a un cobarde y también huidizo Jonás como profeta.

Los pequeños tienen experiencia de pecado

Estas historias son formidablemente humanas y son una buena nueva para nosotros y nuestros hijos. Los pequeños tienen experiencia de pecado. Saben que, si bien lo procuren, la mayor parte de las veces no obedecen a la primera, ni a la segunda ni a la quinta. Saben que les nace la ira en el momento en que un hermano les rompe su juguete preferido o bien cuando les garabatean los deberes del instituto. Saben que les cuesta disculpar en el momento en que un amigo les insulta. El dragón lo conocen y a ellos esto asimismo les hace padecer.

Por eso debemos presentarles al San Jorge. Al hablarles de la acción de Dios en la historia del pueblo de Israel les ayudamos a reconocer asimismo la acción de Dios en su vida. En la suya, como en la nuestra, Dios provee maná en la mitad del desierto, nos escoge pese a nuestra incapacidad, abre ante nosotros las aguas de abismos inescrutables y hace una coalición en la que solo Él se compromete.

La tradición del Árbol de Jesé, que tan ignota es todavía en España (mas a eso le pondremos remedio…), es una forma espléndida de ver materializada la acción de Dios con un lenguaje que tan bien entienden: el de la narratividad. No es esta la única forma de hacerlo, indudablemente. Mas es una atractivísima. De ahí que en este Adviento, para mí la clave va a ser descubrir en familia la necesidad que tenemos de que venga el Salvador a la podredumbre de nuestro pesebre y de nuestro hogar. De la misma manera que Zaqueo, necesitamos asimismo que entre la Salvación a nuestra casa.

 

Nota: Si os resulta interesante hacer el árbol de Jesé este Adviento y no deseáis complicaros la vida haciendo los ornamentos, Blessings ha sacado un paquete estupendo con veinticinco figuras de madera tallada y un descargable con las lecturas de cada historia.

 

Árbol de Jesé de Blessings